Edición Noviembre 2009.
Manuel y Alicia
La disciplina de la vida
El salón, un claro sin columnas de 10 x 20, luce impecable. Sobre la duela hay tres sillas comunes acomodadas para la entrevista. Me llama la atención que a cada pata le han insertado una bola de tenis, para evitar los rayones en la bien cuidada madera. Siento que profano el lugar con mis tacones del diez; me disculpo, pregunto si me tengo que quitar los zapatos. Los Rodríguez son amabilísimos y me aseguran que de ninguna manera, que eso sólo me lo pedirían en horario de clases.
Llegaron en el 82 a abrir la primera escuela de Tae Kwon Do de Cancún. Desde entonces han pasado por esa duela varias generaciones de niños, niñas y adultos, formados bajo la línea –una combinación exitosa de calidez y disciplina- de Manuel y Alicia, alumnos, a su vez, incansables y siempre en constante preparación.Alicia Ávila es del 55, nacida en el D.F. e hija de una familia numerosa. Estudió para secretaria bilingüe y al terminar entró a trabajar a la fábrica de jabón La Corona. “Mis papás tenían un taller de cuadros, todos colaborábamos en el taller, ellos nos enseñaron el oficio. Somos una familia muy unida, todos salimos adelante, todos somos casados. Mis papás siempre estuvieron juntos, apoyándonos”. Alicia viste ropa deportiva. Trae su pelito corto, muy acicalado. Se ve la limpieza y orden hasta en como se sienta.Se acercó al movimiento scout, en donde apoyó a la manada de lobatos como asistente de Akela, primero, y como Akela, más adelante. Fue ahí donde Manuel Rodríguez le puso el ojo a Alicia. Capitalino también, ingeniero arquitecto egresado del Poli, creció rodeado de hermanos y hermanas, y cuenta que por lo intranquilo que era lo metieron a dos escuelas, por la mañana a una de monjas y en la tarde a la escuela normal. Manuel se sienta derecho, controlado; es mesurado en su hablar, no desperdicia en palabras ni ademanes. “Cuando estaba en la Vocacional 8 me tocó hacer el servicio militar. Eso y el haber ido a dos escuelas me enseñó que las cosas llegan a su tiempo, que hay un orden para todo”.Cada sábado en el parque enfrente de casa de Manuel se reunían los scouts. El día que terminó el servicio militar vio a Alicia con los niños. “Yo me apunto”, pensó y le pidió a sus propios hermanos que lo metieran; ellos estaban involucrados en el movimiento scout. Manuel pronto hizo saber sus intenciones a Alicia. Pero ella, como él, tenía un proyecto de vida. “Quería terminar primero la escuela, después vendría lo de ser novios”, afirma ella.Así empezó una amistad que hasta hoy perdura. “Hay tiempos bien establecidos para todo”, continúa Alicia. “Mis hijas me preguntan que si pudiera regresar a alguna etapa de mi vida cuál sería”. Está convencida de que a ninguna en especial, porque para ella cada etapa ha sido importante y eso, dice, “es disfrutar de la vida”.Fue en un campamento donde Manuel supo que quería compartir su futuro con Alicia. “Vi que se levantó muy temprano y la vi muy fresca. Entonces dije ‘¿qué mujer se levanta y se ve bien?’. Eso fue determinante para que yo tomara la decisión de casarme con ella”. Alicia no puede evitar reírse un poco. También estudió en un colegio de monjas y su disciplina la atribuye a eso. “Eran muy estrictas y ellas nos decían que teníamos que tener mucho cuidado en nuestra persona, porque Dios nos hace bien, pero cada quien tiene que cuidar lo que tiene”.Previamente en la vocacional Manuel había adquirido conocimiento de algunas artes marciales: Karate, Kung Fu, Lima-Lama. Empezó por compartir esa instrucción con Alicia; después buscaron quien los entrenara formalmente. “Había maestros muy pasivos, queríamos hacerlo en serio. Finalmente encontramos un profesor muy disciplinado, había gritos y eso nos gustó”. Cuentan que se inscribieron cuarenta y terminaron, tres años y medio después, sólo ellos dos.Manuel recuerda el día del examen para cinta negra. “Cuando salimos nos fuimos caminando por la Avenida Juárez. Ahí le dije a Alicia lo de casarnos y venirnos a vivir a Cancún”. Dos hermanos de Manuel ya habían llegado en avanzada. Diez años fueron novios, Alicia y Manuel. Diez años para fincar una relación no sólo como pareja, sino familiar. Los dos provienen de familias estables, fiesteras y por supuesto unidas. De ambos lados pertenecían al Movimiento Familiar Cristiano, asunto que sin duda ha determinado su propia solidez como matrimonio y su presencia firme entre los cancunenses.Se casaron en 82 y llegaron a Cancún ese mismo año. “Salimos huyendo de México, de las prisas, del tráfico y de la vestimenta de traje”, cuenta Manuel. Desde que llegaron a Cancún se visten como hoy están vestidos: camiseta polo, shorts, calcetas y zapatos tenis. Manuel entró a trabajar para Grupo Ritco. Se dio cuenta que no había una escuela de Tae Kwon Do y decidieron abrir la primera, ahí por Correos, inicialmente. Empezaron con cinco alumnos, adultos en su mayoría. Alicia encontró trabajo en el Hotel Viva, como secretaria de Contraloría. Desde el principio establecieron su sistema financiero. Manuel explica: “el sueldo de ella nos mantenía, el mío mantenía la escuela”.Fue éste quizá el último proyecto de Manuel como ingeniero arquitecto. De hecho, el salón, amplio y sin una sola columna, llama la atención por el techo singular que tiene. “Es loza reticular”, explica orgulloso, y añade que eso hace posible que un área de 10 x 20 no esté interrumpida por pilares. “Parte del éxito de esta escuela es el espacio”, afirma. Es cierto, el lugar impone.A lo largo de todos estos años, Manuel y Alicia han sabido sortear los tiempos. “Ha habido épocas buenas y malas. Cancún es irregular, es una ciudad muy rápida, no hay tiempo de ahorrar; yo le digo a mis hijas, ‘si lo tienes, cómpralo’”. Manuel aconseja a la gente que llega que aprenda a vivir aquí. “La gente es diferente, el ritmo es lento, el calor, los moscos, la lentitud de las cosas, en el banco, las cajeras... En el D.F. van rapidísimo. Mucha gente que llega de la capital se va por eso, por que no entiende a Cancún”. Esa diferencia le ve incluso en sus alumnos. “A nivel de competencia mis alumnos son muy tranquilos, con muy buen nivel, sí, pero tranquilos. Los que vienen del D.F son más aguerridos”.La escuela está ligada a la Federación Mexicana de Tae Kwon Do; la organización a la que pertenecen no puede abrir un local nada más porque sí, aunque eso es muy común en otros lugares. Un grupo de examinadores los visita cada dos meses. “Nos corrigen, ven como vamos; son muy exigentes y eso le da seguridad a los papás”, dice Alicia, al parecer -por comentarios de su esposo- la más disciplinada de los dos. Manuel aprecia mucho la constancia en la gente, el orden en las cosas. “Mis niños me duran 10, 12 años. Hay escuelas que se dedican sólo a competir. Nosotros nos enfocamos a la formación”.Sus dos hijas, Alicia y Raquel, nacieron en Cancún y han tomado el TKD como disciplina de vida. Crecieron prácticamente adentro del salón de clases, donde pasaban tardes enteras. Manuel y Alicia (5o y 4o. Dan, respectivamente) se siguen preparando para las siguientes etapas. Los exámenes son muy demandantes y eso pone a los dos en afinación constante.Le dan mucha importancia a los gritos. No a los gritos emanados de la ira, sino los que requiere el TKD, que denotan el esfuerzo que se crea internamente en cada estudiante. “Es lo que complementa el esfuerzo de tu golpe, porque la fuerza viene de adentro, para matar al contrario anímicamente”. Durante la hora de clases no hay permiso para ir al baño ni para tomar agua. Manuel recuerda a una alumna en especial que no estaba cómoda con ese sistema. “Le dije, ¿sabes qué? Voy a hablar con tus papás porque no tiene caso que vengas si no estás a gusto”. Fue, según él, la mejor decisión para todos.Se mantienen en forma, salen a correr ya sea a la ciclopista o a la pista de la cancha del Atlante. Platican todo, todo el tiempo. “Yo la oigo mucho”, bromea Manuel, pero asegura que sigue las sugerencias de Alicia. Disfrutan Cancún, salen a pasear a la avenida Tulum, y como siguen vistiendo como turistas, los vendedores de Tiempo Compartido los jalan para que les compren. “Se enojan con nosotros, no nos creen que vivamos acá. ¿’Por qué se visten así?’, nos preguntan”. Ellos mismos contestan: “Fue una de las razones por las que nos vinimos a vivir a Cancún”.Como pareja, Alicia y Manuel aseguran que la comunicación es lo que los ha ayudado en todo momento. “Nunca nos hemos enojado, hemos tenido momentos pero resolvemos las cosas de inmediato, no dejamos que crezcan”. Como familia, han establecido la hora de comer como el punto de convergencia diaria. Ahí se planea el día siguiente, se ventilan inquietudes, se conversa, se ríe. En esta coordinación, en esta sincronía, los Rodríguez encuentran en las coincidencias –por supuesto, también en las diferencias- oportunidades para crecer y fortalecer los vínculos –silenciosos, pero siempre perfectos- del amor.
Texto: Tiziana Roma
Fotografía: Daniel Yubi
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